Durante la preparación para salir al campo e incluso durante los primeros meses allí, los nuevos misioneros tienen una idea de cómo será estar en el país al que han sido llamados: el trabajo que realizarán, la gente con la que se relacionarán y las cosas que lograrán. Muchas veces la diferencia entre las expectativas y la realidad es abismal.
“Tal vez lo puedo comparar con un matrimonio, los primeros meses son la maravilla, cosas nuevas, diferentes y con muchas ganas de aprender. Después pasa la luna de miel y comenzamos a ver la realidad, las cosas que nos disgustan, las que no nos gustan y más.
Pero lo más lindo de todo es saber que uno está en el centro de la voluntad de Dios”, dice Karuna, quien ha sido misionera en Asia por 14 años y actualmente apoya en cuidado integral para misioneros latinos.
Sustento económico:
Algunos obreros esperan ser sustentados de buena manera, sin tener que preocuparse por un dinero que no llega, mientras que otros llenan su mente con expectativas muy bajas. Lo cierto es que en cualquiera de los casos, Dios siempre los sorprenderá, dándoles lo que necesitan y aún más.
Recibimiento y aceptación:
Ellos no siempre son conscientes de cuánto tiempo toma que una comunidad lo acepte y sufren al comprobar que los meses pasan y que las respuestas no son las esperadas.
Idioma
El aprendizaje de un idioma no se da de un día para el otro e incluso cuando ya lo conoces, lograr que te entiendan claramente es otro desafío. Lo que la mayoría espera es ser capaces de comunicarse en poco tiempo para así iniciar el trabajo, pero se sorprenden cuando este proceso es más lento del esperado.
Metas y objetivos
De igual manera con los resultados, a veces las metas son poco realistas y el no cumplirlas genera estrés en ellos. “Cuando el obrero piensa que puede producir un cierto resultado o una determinada cantidad de trabajo pero difícilmente lo alcanza, la brecha se ensancha y el estrés crece”, dice la Dra. Jessie Scarrow de Ritchey.
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