
Como a unos 500 km. de Jerusalén estaba localizada la ciudad de refugio para la iglesia primitiva, Antioquía de Siria. Esta gran ciudad griega, era conocida como “la Reina del Oriente” y “Antioquía la Hermosa”. También era la guarida de la carnalidad comercializada. Antioquía era grande, rica y cosmopolita. Pronto se convirtió en la segunda metrópolis para el cristianismo.
Los fugitivos de la persecución de Jerusalén, que comenzó con Esteban (Hechos 7:8), predicaron por toda la costa de Siria hasta llegar a Antioquía (Hechos 11:9). Unidos a una segunda ola de exiliados que llegaron de Chipre, pronto se reunió en la gran capital un número considerable de discípulos y conversos (Hechos 11:20,21). El libro de Hechos describe a estos ardientes discípulos que anunciaban “el Evangelio del Señor Jesús” (11:20), siendo bendecidos en gran manera por “la mano del Señor” (ver. 21). Pronto llegó esta iglesia a tener gran reconocimiento entre la hermandad, recibiendo atención y ánimo de la iglesia de Jerusalén. Y en los años que siguieron a la destrucción de Jerusalén (año 70) se convirtió en el centro del cristianismo oriental.
Hay cierto número de características de la iglesia de Antioquía que son magníficas y que debería repetirse en nuestros tiempos. He aquí algunas de ellas:
1) Antioquía era una iglesia misionera.
De esta congregación partió el primer equipo misionero para evangelizar el mundo romano (Hechos 13:13). Antioquía es el modelo de las características necesarias para las misiones del mundo:
a) El cosmopolitismo (que fue heredado de Alejandro el Grande, el primer gran internacionalista).
b) La generosidad (enviaron una ofrenda de auxilio para las víctimas de la gran hambre en Jerusalén (Hechos 11.28-30).
c) Una conciencia de Dios (revelada en su entendimiento que ellos estaban haciendo la obra de Dios y no la suya propia (Hechos 14:26; 15:4,12).
2) La iglesia de Antioquía contaba con una identidad firme.
La Biblia dice: “...y a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía” (Hechos 11:26). Y aquí estaba la clave de su gran espíritu misionero; al no preocuparse por ellos mismos (pues su identidad estaba bien cimentada), podían concentrarse en las prioridades de su misión. Se puede entender claramente que su mente no estaba centrada en ellos mismos sino en Dios. No buscaban algo para ellos mismos, sino que eran seguidores de Cristo. Eran grandes misioneros porque para ellos ser “cristianos” era algo mucho más que lo que significaba un nombre: era seguir a Cristo, quien había venido a buscar a los perdidos.
3) La iglesia de Antioquía no temía al riesgo.
Trabajó con Pablo, el anterior perseguidor de los santos (Hechos 11:26).
Después de haber sido librado de una turba en Jerusalén y ser enviado a su ciudad natal, Tarso (Hechos 9:30), la iglesia de Antioquía mandó a traerlo para que tomara parte de la obra en la capital de Siria (Hechos 11:25,26). ¡Qué tremenda pérdida para la iglesia hubiese sido si Antioquía no lo hubiera rescatado del aislamiento y la oscuridad! Es muy difícil arriesgarse por otra persona, principalmente por alguien que tenga tras sí una historia tan negra como Pablo.
¡Pero demos gracias a Dios porque la iglesia de Antioquía no tuvo temor a ese riesgo!
4) La iglesia de Antioquía era consciente de la gracia de Dios.
El libro de Hechos pone en claro que la iglesia de Antioquía no se sentía auto suficiente.
Antes bien, consideraba que su misión era la obra del Espíritu Santo (13:2-4); y su éxito era consecuencia de las “grandes cosas había hecho Dios con ellos” (14:27; 15:4,12).
Necesitamos tener una perspectiva amplia y global, y un celo misionero como la iglesia de Antioquía. Necesitamos de hombres y mujeres seguidores de Cristo “comprados por gracia” y dispuestos a dar de gracia. Esto es lo que necesitamos hoy.
Adaptado de Estudios Bíblicos “La Voz Eterna”
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