Decidí enseñar cursos de capacitación porque necesitaba compartir y traspasar la formación académica y la experiencia que me ha dado el Señor, con las nuevas generaciones de misioneros. Entendí que tenía un don para la enseñanza con adultos, y como todo don dado por Dios, debía compartirlo con mis hermanos.
Recibir capacitación durante toda mi vida, significa seriedad en la preparación para un servicio de excelencia al Señor. Y dar capacitación significa transmitir lo mejor de mí para que otros den lo mejor de sí en su servicio, de una manera que sea digna del Señor a quien servimos.
Veo la capacitación misionera absolutamente esencial para un servicio de excelencia al Señor, pero también como una respuesta a la necesidad del mundo hoy. El mundo de hoy es demandante de manera integral, y los medios de información no sólo hacen hoy que la iglesia esté mejor preparada, sino a un mundo que conoce más y tiene más alternativas para actuar y creer.
La Biblia, aunque fue inspirada y revelada por Dios, contiene elementos de los tiempos y lugares en que fue escrita por autores humanos, por lo que debemos conocerla muy bien para entender y transmitir estos aspectos a nuevos contextos y tiempos, sin torcer la verdad de Dios. No olvidemos tampoco que el misionero, el mensajero, lleva un trasfondo de su propia cultura que traspasa a otras, y no sólo las verdades bíblicas (por ejemplo las formas de adoración, de organización, etc.). Él debe separarse de su propia realidad temporal para transmitir el mensaje dado por Dios como el elemento esencial, dejando las formas como elemento secundario, por muy cómodo que se sienta con estos elementos.
Finalmente debemos entender que los receptores del mensaje filtrarán el mensaje recibido a partir de sus propios patrones culturales. Por tanto, el mensajero requiere conocer el mensaje, su propia realidad y el contexto y las personas a quienes les llevará dicho mensaje. Sin la capacitación, los errores humanos tienen más probabilidades de afectar la pureza del mensaje divino en su transmisión.
Como ejemplo, hace algunos años estuve dictando clases de Antropología Cultural a jóvenes misioneros en FEDEMEC de Costa Rica. Los alumnos eran excelentes. Particularmente tuve dos alumnas que se estaban preparando para el campo, pero no tenían certeza en esos momentos de hacia dónde irían. Años después, estaba en una conferencia misionera en Brasil, y me encontré con una de ellas; me alegró verla y me sorprendió su fluidez en el portugués. Ella me comentó que estaba sirviendo en Brasil de manera excelente y que la otra joven estaba sirviendo entre mujeres en un país musulmán cerrado al evangelio, y que en sus decisiones fueron esenciales las clases de capacitación impartidas.
Posiblemente los maestros no logremos saber cómo pueden impactar unas sencillas clases no sólo a los alumnos, sino a quienes creerán en el Señor por medio del testimonio y entrega de estos, hasta que lleguemos a la presencia de Cristo en la eternidad.
Por Andrés Casanueva, pastor y misionero en Chile, director para Sudamérica y Cuba de La Fe Viene Por el Oír
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