En la iglesia de Antioquía eran profetas y maestros Bernabé; Simeón, apodado el Negro; Lucio de Cirene; Manaén, que se había criado con Herodes el tetrarca; y Saulo. Mientras ayunaban y participaban en el culto al Señor, el Espíritu Santo dijo: «Apártenme a Bernabé y a Saulo para el trabajo al que los he llamado». Así que después de ayunar, orar e imponerles las manos, los despidieron. Hechos 13.1-3.
La Iglesia Local y su desafío en la misión global
Nos preguntamos como iglesia: ¿Cuál será el trabajo para el cual nos llama el Señor en los próximos años, y qué nuevos desafíos pone en nuestras manos? ¿Cómo entender que somos una iglesia en misión?
Cuando hablamos sobre la misión primeramente estamos hablando de la misión de Dios (missio Dei). Dios es un Dios misionero. La misión existe simplemente porque Dios ama a las personas. Dios quiere rescatar a la humanidad de su deshumanización en lo moral, espiritual, físico, intelectual, social, económico, político y cultural. El establecimiento de su reino es la misión de Dios. Podemos concebir a la misión como un movimiento de Dios hacia el mundo donde la Iglesia es un instrumento para esa misión. La iglesia tiene el privilegio de participar. «La Iglesia se encuentra al servicio del movimiento de Dios hacia el mundo».
La iglesia de Antioquía jugó un papel importantísimo en la vida de la iglesia universal. Fue una iglesia que traspasó barreras sociales (Hechos 11:19-20), reconstruía vidas rotas (Hechos 11:21-24), buscaba la participación de otros (Hechos 11:25-26), cubría necesidades físicas y espirituales (Hechos 11:27-30), tenía un liderazgo compartido formando un equipo pastoral (Hechos 13:1). Estuvieron dispuestos a extender los límites del reino de Dios hasta lo último de la tierra (Hechos 13:2-3) y resolvía conflictos doctrinales (Hechos 15). Antioquía tenía que ver con ser una puerta abierta para la evangelización del mundo. Nosotros somos desafiados a seguir este modelo.
La iglesia que vive en misión es una iglesia que se reconoce como enviada al mundo. Es una iglesia que busca el propósito de Dios, participando activamente en el culto al Señor, llamados a vivir una fe trinitaria, una fe relacional; una vida de relación con Dios y con nuestro prójimo; una relación de comunión unos con otros donde se da prioridad al ser antes que al hacer.
Como siervos, entendemos que cuando nos involucramos en la misión, estamos compartiendo la misión del Dios misionero. Y nuestra misión es compartir la suya. Escuchamos, descubrimos y obedecemos la voz del Señor enviando a sus siervos al trabajo al que los ha llamado. Es el modelo a seguir (Hechos 13.1-3).
Debemos anhelar y desear que la iglesia de Jesucristo sea plantada en todas las etnias como comunidad y expresión del reino de Dios pero a su vez tener claro que la iglesia es el agente de la misión no su meta. La Iglesia es la que comparte el mensaje de salvación y es comunidad del Reino que representa el compromiso de Dios con el mundo. La iglesia no existe para si misma sino para servir a la humanidad y como comunidad participa en la misión local y global (glocal). Anuncia la inauguración del reino de Dios en la persona de Jesucristo. La iglesia es misionera por su naturaleza, dimensión e intención.
Jesús es el reino de Dios encarnado. «El reino de Dios, no es una ética, ni una ideología social sino el mensaje que se centraliza en una persona; la persona de Jesús el Mesías»[2]. El reino está presente pero no se ha consumado por lo tanto el reino ha de venir. Es un “ya” y “todavía no”. En su misión, la iglesia testifica la plenitud de la promesa del reino de Dios y participa en la continua lucha de este reino contra los poderes de la oscuridad y el mal.
Es interesante observar cuando estudiamos el libro de los Hechos cómo la iglesia va cubriendo las etapas; a la iglesia de Jerusalén se la vio como una iglesia atractiva; pero luego de la persecución se hace patente la universalidad del Evangelio y el centro de la acción se traslada a Antioquía de Siria.
Jerusalén tuvo su momento y su apostolado, y ahora se acerca una nueva era en la cual es necesario responder a los no alcanzados. Lo significativo sobre los hechos del Espíritu Santo es que va desafiando a la Iglesia a reformarse para ser fiel a su misión porque lo importante no son nuestras estructuras sino su Misión. La iglesia de Antioquía es la que asume este compromiso. Es la iglesia situada en la periferia. Lucas se ocupa de esta congregación no por ser la más rica o la más poderosa, sino porque supo enfrentarse a los retos del momento.
Sujetarnos al impulso del Espíritu
En Hechos 15 encontramos una dificultad: Algunos cristianos provenientes de Judea, y que visitaban Antioquía, pretendían que los no judíos se circuncidaran para que pudieran ser salvos. Pablo, Bernabé y algunos otros creyentes enviados por la iglesia deciden resolver este conflicto de valores en el Concilio de Jerusalén.
¿Cuál es la causa por medio de la cual Pablo, Bernabé y quienes les acompañaban podían ver lo que Dios estaba haciendo entre los no alcanzados y, en cambio, otros creyentes de la secta de los fariseos, no? Ellos habían aceptado a Jesús como el Mesías y participaban de la vida de la iglesia. ¿Dónde está la diferencia? La diferencia radica en que, si bien los fariseos habían recibido el evangelio, la iglesia de Antioquía, además de recibirlo, se había unido a la misión de Dios en el mundo. Y se lanzaron a la obra misionera. El espíritu estaba activo en Jerusalén, sí; pero era en Antioquía donde el Espíritu estaba haciendo cosas nuevas, abriendo brechas y ampliando horizontes. Allí, la iglesia se sujetó al impulso del Espíritu.
La misión de todo el Pueblo de Dios
CLADE III señala: «Toda la iglesia es responsable de la evangelización de todos los pueblos, razas y lenguas. Una fe que se considera universal, pero que no es misionera, se transforma en retórica sin autoridad y se hace estéril. La afirmación de que toda la iglesia es misionera se basa en el sacerdocio universal de los creyentes. Es para el cumplimiento de esta misión que Jesucristo ha dotado a su iglesia de dones y del poder del Espíritu Santo».
Este compromiso se manifiesta por medio del sacerdocio universal de todos los creyentes (1 P 2:9) y por el envío de misioneros. Su alcance es universal (transcultural). La tarea pertenece a la Iglesia toda. Hemos sido enviados al mundo para amar, servir, predicar, enseñar, sanar y liberar» y «Cada persona tiene derecho a oír las Buenas Nuevas». Dios «no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 P 3:9).
-La Palabra hecha carne
La encarnación es el modelo para la misión de la Iglesia (S. Juan 20:21). La misión se hace en palabra y obra. «La palabra no puede nunca, por tanto, divorciarse de la acción, del ejemplo, de la «presencia cristiana», del testimonio de vida. La «Palabra hecha carne» constituye el evangelio. La acción sin palabra es muda; la palabra sin acción es vacía».
Hablando del discipulado John Stott dice: «incluirá un llamado a colaborar con el Señor en el trabajo del Reino. Dirigirá su atención a las aspiraciones de hombres y mujeres comunes y corrientes en la sociedad, sus sueños de justicia, seguridad, estómagos llenos, dignidad humana y oportunidades para sus hijos». Dios llama a las personas a la misión y en eso consiste la evangelización. Es un llamado al servicio donde «ganar personas para Jesús es ganar su lealtad para las prioridades de Dios».
La Iglesia debe estar en el mundo pero siendo distinta del mundo. Las estructuras de la iglesia no deben obstaculizar el servicio relevante al mundo separando al creyente de la sociedad. Debemos encontrar un equilibrio entre el “Pueblo de la Iglesia” y la “Iglesia del Pueblo”. El trabajo en la Iglesia como la acción a favor de la justicia, la misericordia y la verdad deben ir juntas.
«La Iglesia se reúne para alabar a Dios, para disfrutar de la comunión mutua y recibir sustento espiritual, y sale para servir a Dios dondequiera que estén sus miembros. Está llamada a mantener en «tensión redentora» su doble orientación».
Nunca vamos a introducir totalmente el Reino de Dios en la tierra hasta que el Señor venga; pero somos llamados a mostrar la evidencia de este Reino como comunidad y anticipo del mismo que afecta la totalidad de la vida.
Dios confió el don del sacerdocio a todo el pueblo de Dios. Ser misioneros no es una opción; es un mandato. Todos somos misioneros porque cada cristiano es llamado a participar y a ejercer el sacerdocio universal de los creyentes. Jesucristo ha dotado a su iglesia de dones y del poder del Espíritu Santo para el cumplimiento de la misión. Esto significa que somos llamados a ser agentes de transformación hasta lo último de la tierra. La iglesia es para todos y con todos. Cada creyente es proyectado al trabajo de solidaridad con todo el Cuerpo de Cristo y el Mundo.
Dado que Dios es un Dios misionero, su pueblo debe ser un pueblo misionero. El Espíritu ha sido derramado sobre todos los cristianos, no sólo sobre personas seleccionadas. La comunidad de fe es la portadora primaria de la misión.
La misión transcultural
«Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor». Hechos 11:21
La misión transcultural implica extendernos a todas las etnias de la tierra ocupándonos de los diferentes aspectos de la vida de la gente. Podemos acercarnos a decir que la misión transcultural es cuando el pueblo de Dios se une a la misión de Dios cruzando intencionalmente barreras sociales, políticas, culturales, idiomáticas, étnicas, de iglesia a no iglesia, en ser – hacer – decir, palabra y obra, obra y palabra, anunciando la venida del reino de Dios en Jesucristo, invitando a las personas a reconciliarse con Dios, consigo mismas, unas con otras y con el mundo, integrándose a la vida de la iglesia con miras a la transformación del mundo hasta que el Señor vuelva (Ver concepto de misión por Chuck Van Engen).
Algunos pueden entender la misión transcultural en términos de plantar iglesias en otras latitudes como también en salvar a los individuos de la condenación eterna, otros la pueden percibir en categorías eclesiásticas, como la expansión de la Iglesia o de una denominación específica cruzando barreras geográficas y culturales. Pero si vamos a entender el evangelio y la misión conforme a toda la escritura de Génesis hasta Apocalipsis, lo tendremos que entender enfáticamente como “bendición a todas las etnias” en lo espiritual, físico y material abarcando los aspectos sociales, culturales, políticos y económicos. Al hablar de misión transcultural estamos hablando de un mensaje integral de salvación que no conoce fronteras de ningún orden y esta dirigido a todo ser humano considerando la totalidad de su persona.
La declaración de la consulta de la WEF (Alianza Evangélica Mundial, WEA) en Wheaton‘83, sobre la misión y naturaleza de la iglesia afirmo: «El mal no sólo se encuentra en el corazón humano sino también en las estructuras sociales… La misión de la Iglesia incluye tanto la proclamación del evangelio como su demostración. Debemos entonces evangelizar, responder a las necesidades humanas inmediatas y presionar por la transformación social »
-La tensión entre lo local y global
Por lo general hay una tensión entre lo que se denomina misión global y misión local. Muchas veces estos términos están enfrentados sin darnos cuenta que forman parte de la misma moneda. Debemos integrar las diferentes esferas según lo expresa el texto de Hechos 1:8. Jerusalén, Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra describe las esferas o áreas de servicio donde lo local y global están integrados. Nos habla de ser testigos en forma “simultanea” y no hacer la tarea en forma secuencial. Ninguna área de servicio debe ser la más importante. Las mismas deben estar balanceadas o equilibradas dando dignidad, simultaneidad y atención a cada una.
El pacto de Lausana expresa: “La iglesia que no es misionera es en sí misma una contradicción, y apaga el espíritu”. Según el pacto de Curitiba «La misión no puede ser un departamento aislado de la vida de la iglesia, sino que hace parte de la propia esencia de ella, pues “o la iglesia es misionera o no es iglesia.” Así que la misión involucra a cada cristiano en la totalidad de su vida».
La iglesia ha sido llamada y enviada para participar en la misión de Dios. Este envío y mandato no es algo opcional. Los textos mas conocidos son Mateo 28:18-20, Marcos 16:15, Lucas 24:46-47, Juan 20:21, Hechos 1:8, pero debemos afirmar que la Biblia entera nos da el mandato para la misión y evangelización. Debe haber una moralidad de la Fe. Implica escuchar el grito de los pobres, oprimidos y perdidos.
Debemos preguntarnos: ¿Por qué todavía el 27% de la población mundial no ha tenido acceso al evangelio o escaso acceso al mismo? ¿Qué pasa con los que no han tenido conocimiento del evangelio? Nuestro mundo tiene hoy 6.4 mil millones de personas que viven en 234 naciones geopolíticas, pero en más de 16.000 etnias. De esas etnias, más de 6.600 grupos permanecen como los menos alcanzados o no alcanzados integralmente. La iglesia necesita asumir un compromiso más intencional en la evangelización mundial.
Resumiendo decimos que la Biblia entera muestra el plan de Dios de reconciliar consigo todas las cosas por medio de Jesucristo (Colosenses 1:15-20). La Iglesia es el instrumento de Dios para llevar a cabo su plan. La misión de Dios es un atributo de Dios mismo que se expresa en su accionar por redimir a la humanidad e invita a su iglesia a participar. El mundo es la escena de la actividad de Dios y no debemos retirarnos de él. El servicio al mundo es un servicio a Dios y es un reflejo del reino venidero de Dios independientemente de los resultados que se obtengan.
La misión es universal (transcultural) e integral. La misión integral sin ser universal se convierte en localismo. Es etnocentrismo y egoísmo. Nos ocupamos de la gente cercana pero no de la gente lejana. Por el otro lado, la misión universal sin ser integral se convierte en proselitismo. Corremos el riesgo de ocuparnos únicamente del aspecto religioso, personal, interno, pero sin ocuparnos de todos los aspectos de la vida humana de la gente. Dios llama a todos los creyentes a participar y comprometerse en su misión.
Dimensiones del desafío
Los desafíos también incluyen las grandes ciudades multiculturales; la evangelización del occidente; el testificar la singularidad de Jesucristo en el mundo de la pluralidad religiosa y entre las etnias no alcanzadas donde estas se encuentren (ya sea en las grandes ciudades o en países de acceso restringido); la lingüística y traducción de la Biblia a toda lengua, la contextualización; el ser agentes de reconciliación en un mundo de violencia, opresión, pobreza, injusticia, de gente desplazada, de refugiados, de inmigrantes, en medio de la persecución religiosa y del profundo nivel de su sufrimiento.
Debemos asumir nuestro papel en cuestiones de medio ambiente y de toda la creación de Dios. Una participación responsable y efectiva de cada cristiano en la sociedad local-global en aspectos sociales, políticos y económicos.
También debemos repensar a la iglesia en función de la realidad contextual que se vive en cada región y en un mundo cada vez mas globalizado. «Repensar la iglesia debe ser una dinámica abierta. No lo podemos hacer con legalismos ni respuestas cerradas. No es tarea de unos “iluminados”, sino del cuerpo. Permítanme solo mencionar tres ejes que considero indispensables en esta tarea:
1- El amor. Entendiendo esto como poner al “otro” como centro de nuestra acción. Lo que hagamos debe ser pensado no en función de nuestro beneficio sino con la intención de servicio y la actitud de entrega. No nos servimos a nosotros mismos. Es tiempo de repensar una iglesia sierva. 2- Los valores del Reino. Debemos ejercitarnos en no confundir nuestros propios valores culturales o personales con los valores supremos del reino de Dios. ¿Cómo discernir entre ellos? 3- Ser testigos. La misión que tenemos es ser testigos. Esto no es solo hablar acerca de, sino vivir de acuerdo a. Debemos profundizar el discipulado de tal manera de encarnar aquello de lo cual queremos dar testimonio. El mayor escándalo de la iglesia es la contradicción entre lo que dice y lo que hace. Debemos llegar al punto en que la gente simplemente diga: “yo quiero vivir como ustedes”.
Debilidades, peligros y riesgos
«…Al ver lo que Pablo había hecho, la gente comenzó a gritar… ¡Los dioses han tomado forma humana y han venido a visitarnos! A Bernabé lo llamaban Zeus, y a Pablo, Hermes...». Hechos 14.8-18.
En Listra tiene lugar un milagro que deja atónita a la muchedumbre: a un paralítico imposibilitado de los pies, cojo de nacimiento, que jamás había andado, Pablo le ordena en voz fuerte: ¡Ponte en pie y enderézate! El resultado de ese milagro fue que trataron a los siervos de Dios como dioses. Pablo y Bernabé expresan que ellos son solo hombres, que deben volverse a Dios y dejar esas cosas. Con esos argumentos, y con dificultad, logran disuadir a la multitud.
El peligro y riesgo que ellos corrieron es el mismo que podemos tener nosotros en nuestras regiones y los campos transculturales. Sucede que la gente trata de transferir la admiración y adoración que solamente Dios merece a aquellas personas a quienes Dios toma por mensajeros. El problema puede ser mayor si nosotros estimulamos estos sentimientos. Esto algunas veces sucede en la vida de la iglesia y se construyen pequeños imperios. Se atraen seguidores de personas e instituciones, pero no de Jesucristo. La iglesia en diferentes regiones está enfrentado varios peligros como:
Poder y competencia
Falta de enseñanza de la Palabra de Dios
Caudillismo y forma de gobierno
La cooperación entre las iglesias y la unidad en la misión
La relación entre las iglesias mismas y los misioneros debe ser de Koinonia. La pasión por el evangelio nos debe llevar a participar, cooperar, compartir (Filipenses 1:5) y no a competir. Se puede hablar de «comunión». Koinonia es la palabra neotestamentaria traducida como comunión, solidaridad, compartir, contribución. Lo que queda muy claro es la idea de compartir algo, una empresa, un propósito, una experiencia, el dinero, lo que sea, debe ser compartido. La fe común debe tener una salida a la participación práctica y esta participación en la práctica tiene consecuencias concretas.
«La iglesia en misión es, primeramente, la iglesia local… La Iglesia universal halla su verdadera existencia en las iglesias locales… La Iglesia es en realidad una familia de iglesias locales en la cual cada una debe estar abierta a responder a las necesidades de las otras y a compartir sus bienes materiales y espirituales. Por medio del mutuo ministerio de la misión la Iglesia se realiza, en comunión con la Iglesia Universal y como concretización local de la misma».
Las iglesias se encuentran en estado de misión. El campo de misión es el mundo entero. Cada iglesia está en una situación de misión y las iglesias en todas partes se necesitan las unas a las otras. La iglesia local debe ser considerada como el agente de la misión ya sea en su propio campo como en otras latitudes.
La misión de Dios invita a participar a la Iglesia de todos los pueblos a todas partes. La misión en unidad y la unidad en la misión implica aceptarnos unos a otros a pesar de nuestras diferencias. «El paradigma moderno, sugería que la alternativa era entre diversidad sin unidad o unidad sin diversidad; el paradigma posmoderno se manifiesta como una unidad que preserva la diversidad y una diversidad que se esfuerza para lograr la unidad. Las divergencias no son motivo de remordimiento sino parte del esfuerzo dentro de la Iglesia por llegar a ser lo que Dios quiere que sea… En medio de toda la diversidad, sin embargo, hay un eje: Cristo Jesús… escuchar la palabra de Dios y escucharnos los unos a los otros van juntos; sólo podemos tener lo primero si estamos igualmente preparados para tener lo segundo».
Para que exista la cooperación, comunión y solidaridad se necesita haber cumplido con un nivel de confianza que es muy difícil de edificar cuando alguien se muestra autosuficiente. La belleza de la encarnación es que Jesucristo siendo por naturaleza Dios se «rebajó» voluntariamente para estar entre nosotros. Debemos tener unanimidad con los planes del Padre (Lucas 6.27-31). Esta unanimidad con Él nos habla de un mismo sentir y parecer (Filipenses 2.1-11). Nos habla de perdonarnos, de humillarnos, de entender y comprender nuestras diferentes culturas y ayudarnos mutuamente. No hay nadie superior, ni nadie inferior. Significa también que debemos construir mejor nuestro puente de comunicación. Una relación cara a cara. Enriquecer el diálogo entre todo el cuerpo de Cristo: la iglesia global. No hay Norte o Sur, Este u Oeste, lo que hay es «un solo cuerpo».
«Finalmente, tenemos que confesar que la pérdida de la unidad eclesial no es sólo una molestia sino un pecado. La unidad no es una opción superflua. Es, en Cristo, ya un hecho, algo dado. Al mismo tiempo es un mandamiento: «¡Sean uno!» Estamos llamados a ser uno como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son uno y nunca debemos cansarnos de esforzarnos hasta el día cuando los cristianos en todo lugar puedan juntarse para compartir el solo Pan y la sola Copa» Cuando servimos en medio de la cooperación, comunión y solidaridad podemos decir como el apóstol dijo de Epafrodito: «mi hermano, colaborador y compañero de lucha» «Es una ofrenda fragante, un sacrificio que Dios acepta con agrado» (Filipenses 2.25 y 4.18).
Conclusiones sobre fortalezas y debilidades de la iglesia local en la misión global
Por todo lo expuesto y desarrollado podemos decir que habrá fortalezas cuando estén presentes ciertas claves, principios y enfoques. Lo opuesto serán sus debilidades.
Habrá fortalezas cuando:
- Se trabaja en equilibrio en cada área de acción (Jerusalén, Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra). Se da dignidad a cada área de trabajo y ninguna permanece como una “cenicienta”. La iglesia se pregunta ¿Por qué hay personas que no han recibido el evangelio? ¿Qué pasa con los que nunca han escuchado? ¿Por qué no han visto las buenas obras de los hijos de Dios para glorificar al Padre? Y actúa en consecuencia. Se piensa en términos del “Reino de Dios” y no de su “propio reino”. Implica el compromiso local y global.
- Sus “pastores siervos” marcan el rumbo para llegar a “todas las naciones”. El pastor Juan Masalyka de Argentina comparte que los pastores deben: 1- Oírle a Dios (Génesis 22:1). Debemos atender lo que Dios nos quiere decir. No hay peor sordo que el que no quiere oír y Dios nos dice “Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón”. 2- Creerle a Dios. Las circunstancias que Dios permitió en la vida de Abraham fueron muy difíciles. Él fue puesto a prueba y creyó (Hebreos 11:17, Génesis 22:18). El que le cree a Dios no será avergonzado. 3-Trabajar según los planes de Dios. Esto implica oración y trabajo duro. Sin oración y trabajo no hay logros.
- La iglesia local capacita a toda la congregación y a los candidatos a misioneros transculturales en procesos informales y no formales. Hay un concepto claro que la misión global está basada en el carácter de Dios y su Palabra. Se entiende que la misión es de todos lados a todas partes y es una tarea central de la iglesia de Cristo.
- Se entiende que la misión transcultural y global se nos ha dado independientemente de los recursos financieros que tengamos. Cada iglesia y cada cristiano, sea pobre o rico, tiene el privilegio y mandato de participar en la tarea de la misión global. Teodoro Williams de la India dijo “Lo importante no es lo que no tenemos, sino que hacemos con lo que ya tenemos”.
- Se considera la tarea de la misión global como un privilegio y no como una carga. La membresía ofrenda sus propias vidas, tiempo, esfuerzo y dinero para que el evangelio este disponible para “todos”. Se provee a los misioneros transculturales apoyo moral, logístico, financiero, oración, comunicación, cuidado pastoral y soporte integral en su retorno. Se entiende a las misiones como un proceso que involucra a toda la iglesia.
- Se facilita en la iglesia local una estructura adecuada que le permita cumplir esta tarea en su vida diaria y sus programas de iglesia. Se refleja madurez en mantener las decisiones tomadas a favor de los más olvidados en la ciudad, la nación y el mundo. Hay disposición y perseverancia en la visión de Dios (bendición a todas las naciones), ser fiel, pagar el costo y continuar el trabajo motivado por el amor hasta que el Señor vuelva.
- Se tiene una real comprensión de la unidad del pueblo de Dios y una mayor participación en el movimiento misionero mundial. Hay cooperación, solidaridad y una sincera búsqueda de modelos cooperativos (partnerships) entre iglesias, centros de capacitación y agencias misioneras con respecto a obreros y finanzas. A causa de la tarea que Jesús nos dio, estamos comprometidos a trabajar juntos y en unidad para la gloria de Dios dejando de lado cualquier forma de envidia, competencia y cualquier comportamiento sectario.
- Se cree en el poder sobrenatural de Dios para cambiar vidas y naciones. Tenemos claridad que la Misión es de Dios, que el Señor nos invita a participar, entonces confiamos y nos movemos hacia adelante con la guía y el poder del Espíritu Santo. «Sabemos que solos no podemos. Por eso en la promesa del Espíritu Santo se nos asegura que nos daría poder para ser testigos. Poder para el servicio y poder para una vida ejemplar» Los planes estratégicos ocuparan un segundo lugar y siempre estarán subordinados a la soberanía de Dios.
Como iglesia, tomemos parte en la misión de Dios en el mundo anunciando que: «El tiempo ha llegado, el reino de Dios está cerca, arrepiéntanse y crean en el evangelio» (Marcos 1.15, Mateo 4:17). Llevemos todo el evangelio a todo el mundo hasta que el Señor vuelva. Que este sea nuestro entendimiento de la misión, con la participación de la iglesia, hacia el reino de Dios.
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