Un nuevo capítulo de los hechos del Espíritu Santo

Descarga Iglesia Iberoamericana SCOTT.doc

Reflexión sobre la Iglesia Iberoamericana y el movimiento misionero
Resumen

En primer lugar, queremos dar gloria y gracias a Dios por la iglesia iberoamericana. Una iglesia que nos hace pensar y reflexionar. Una iglesia que refleja lo que vivió la iglesia de Antioquía en Hechos 11. Ellos experimentaron el poder de Dios y un gran número creyó y se convirtió al Señor. La iglesia se estableció porque hablaban de Jesucristo como el mensaje de las buenas nuevas de la paz. Algunas personas de Chipre y de Cirene se atrevieron hacer la diferencia hablando a los de habla griega y no solo a los judíos. La iglesia fue establecida unos doce años después de la iglesia de Jerusalén, como consecuencia de que un grupo de hombres y mujeres sin dinero, sin planes, subieron desde Jerusalén por la costa hasta llegar a Antioquía compartiendo a Jesucristo. Una iglesia que vive bajo la influencia del Espíritu Santo es una iglesia que se edifica, se consolida, tiene vigor, un testimonio eficaz, y se expande.

 

Fuente
Carlos Scott - Misión GloCal

Un tiempo de gratitud

Una iglesia que experimenta la obra del Espíritu Santo

«El poder del Señor estaba con ellos, y un gran número creyó y se convirtió al Señor»Hechos 11.21.

Damos gracias a Dios de que la iglesia iberoamericana tiene un énfasis evangelístico y surgen iglesias nuevas. Una iglesia viva que crece, es alegre, flexible, tiene liderazgo joven, con ímpetu, con iniciativa, una iglesia emprendedora, novedosa y creativa. Una iglesia solidaria que adora al Señor. Una iglesia que evidencia, a través de los hechos, la gracia de Dios. Una iglesia que brinda a los hombres un tiempo de oportunidad.

En los últimos años, la iglesia en Iberoamérica se ha despertado a la responsabilidad social; esta característica ha sido una de las grandes colaboraciones de la teología latinoamericana: el énfasis en la realidad del reino de Dios.

La iglesia ha sido establecida como producto de la visitación del Espíritu Santo y del trabajo misionero. Tanto hombres como mujeres comparten la fe en Jesucristo. Todo es muy espontáneo. Nos encontramos con una Iberoamérica que ama al Señor. Dios es el impulsor para que otros conozcan al Señor. El gran héroe de la misión en Iberoamérica es precisamente el Espíritu Santo.

La nacionalización del liderazgo en la primera mitad del siglo XX y el surgimiento de las iglesias nacionales, en la década del treinta, fueron otros factores decisivos para el desarrollo de las estructuras eclesiásticas contextualizadas y eficaces. El Espíritu Santo está trabajando en la vida de la iglesia. Está trabajando en sus estructuras, a efectos de reformarla y de renovar la fidelidad a su misión. Repetimos, lo significativo no es la estructura de la iglesia sino su misión.

Hay distintas fuentes de información que confirman que el total de la comunidad evangélica en Iberoamérica en el año 1900 fue de 50.000 creyentes. En el congreso de Edimburgo de 1910 no había ningún latinoamericano y, durante el siglo pasado, el crecimiento está reflejado en los siguientes datos: 1916: 378.000; 1925: 756.000; 1936: 7.200.000; 1967: 14.746.200; 1973: 20.000.000; 1987: 37.432.000; 2000: 80.000.000.

Una iglesia que comienza a separar, reconocer a los que son elegidos por el Espíritu Santo:

Damos gracias a Dios porque muchas de las iglesias iberoamericanas han escuchado la voz del Espíritu Santo, apartando a centenares de Bernabés y Saulos para el trabajo al que Dios los había llamado. Damos gracias a Dios por los centenares de hermanos obedientes a la voz del Espíritu Santo que han salido a predicar, como lo menciona Juan en el versículo siete de su tercera carta: «Ellos salieron por causa del nombre, sin nunca recibir nada...».

Damos gracias a Dios por los centenares de hermanos que los han ayudado a seguir su viaje, colaborando con ellos en la verdad. O bien como lo expresa Pablo en Tito 3. 13: «Ayuda en todo lo que puedas al abogado Zenas y a Apolos (misioneros integrales y de carrera), de modo que nos les falte nada para su viaje (a las naciones). Que aprendan los nuestros a empeñarse en buenas obras, a fin de que atiendan a lo que es realmente necesario y no lleven una vida inútil». Damos gracias a Dios por las miles de familias que ayudan a los obreros transculturales.

Esta es nuestra experiencia iberoamericana y ahora, llegando a las naciones, mantengamos esta fe: «la mano del Señor estaba con ellos y un gran número creyó y se convirtió al Señor».

Un tiempo de peligros y de riesgos

«…Al ver lo que Pablo había hecho, la gente comenzó a gritar… ¡Los dioses han tomado forma humana y han venido a visitarnos! A Bernabé lo llamaban Zeus, y a Pablo, Hermes...». Hechos 14.8-18.

En Listra tiene lugar un milagro que deja atónita a la muchedumbre: a un paralítico imposibilitado de los pies, cojo de nacimiento, que jamás había andado, Pablo le ordena en voz fuerte: ¡Ponte en pie y enderézate! El resultado de ese milagro fue que trataron a los siervos de Dios como dioses. Pablo y Bernabé expresan que ellos son solo hombres, que deben volverse a Dios y dejar esas cosas. Con esos argumentos, y con dificultad, logran disuadir a la multitud.

El peligro y riesgo que ellos corrieron es el mismo que tenemos nosotros en Iberoamérica y los campos transculturales. Sucede que la gente trata de transferir la admiración y adoración que solamente Dios merece a aquellas personas a quienes Dios toma por mensajeros. El problema puede ser mayor si nosotros estimulamos estos sentimientos. Esto algunas veces sucede en la vida de la iglesia y se construyen pequeños imperios. Se atraen seguidores de personas e instituciones, pero no de Jesucristo. La iglesia iberoamericana está enfrentado varios peligros como:

  • Poder y competencia
  • Falta de enseñanza de la Palabra de Dios
  • Caudillismo y forma de gobierno

Un tiempo de profundos desafíos

«Los que se habían dispersado a causa de la persecución que se desató por el caso de Esteban llegaron a Fenicia, Chipre y Antioquía, sin anunciar a nadie el mensaje excepto a los judíos. Sin embargo, había entre ellos algunas personas de Chipre y de Cirene que, al llegar a Antioquía, comenzaron a hablarles también a los de habla griega, anunciándoles las buenas nuevas acerca del Señor Jesús.» Hechos 11:19-20

Por la historia, sabemos que la iglesia de Antioquía jugó un papel importantísimo en la vida de la iglesia universal del primer siglo. Fue una iglesia que traspasó barreras sociales, reconstruía vidas rotas, cubría necesidades físicas y espirituales, resolvía conflictos interpersonales y doctrinales como nos describe el concilio de Jerusalén, tenía un liderazgo compartido formando un equipo pastoral, y estuvieron dispuestos a extender los límites del reino de Dios hasta lo último de la tierra.

Es interesante observar cuando estudiamos el libro de los Hechos cómo la iglesia va cubriendo las etapas; a la iglesia de Jerusalén se le vio como a una iglesia atractiva; pero luego de la persecución, el centro de la acción se traslada a Antioquía de Siria. Jerusalén tuvo su momento y su apostolado, y ahora se acerca una nueva era en la cual es necesario responder a los no alcanzados o gentiles y es justamente la iglesia de Antioquía la que asume este compromiso. Lucas se ocupa de esta congregación no por ser la más rica o la más poderosa, sino porque supo enfrentarse a los retos del momento.

Sujetarnos al impulso del Espíritu

Luego cuando leemos en Hechos 15 encontramos la dificultad que algunos cristianos provenientes de Judea, y que visitaban Antioquía, pretendían que los no judíos se circuncidaran para que pudieran ser salvos. Pablo, Bernabé mas otros creyentes enviados por la iglesia deciden resolver este conflicto doctrinal y de valores en el Concilio de Jerusalén.

¿Cuál es la causa de que Pablo, Bernabé y quienes les acompañaban podían ver lo que Dios estaba haciendo entre los no alcanzados y, en cambio, otros creyentes de la secta de los fariseos, no? Ellos habían aceptado a Jesús como el Mesías y participaban de la vida de la iglesia. ¿Dónde está la diferencia? La diferencia radica en que, si bien los fariseos habían recibido el evangelio, la iglesia de Antioquía, además de recibirlo, se había unido a la misión de Dios en el mundo. Y se lanzaron a la obra misionera.

El espíritu estaba activo en Jerusalén, sí; pero era en Antioquía donde el Espíritu estaba haciendo cosas nuevas, abriendo brechas y ampliando horizontes. Allí, la iglesia se sujetó al impulso del Espíritu.

Nos preguntamos como iglesia: ¿Cuál será el trabajo para el cual nos llama el Señor en los próximos años, y qué nuevos desafíos pone en nuestras manos? ¿Cuál es la dirección y cómo debemos planificar? ¿Cómo entender que somos una iglesia en misión? ¿A quiénes debemos elegir para la obra del ministerio? ¿Cómo serán los próximos pastores y misioneros transculturales? ¿Qué rol cumplen los laicos?

Un modelo a seguir

«En la iglesia de Antioquía eran profetas y maestros Bernabé; Simeón, apodado el Negro; Lucio de Cirene; Manaén, que se había criado con Herodes el tetrarca; y Saulo. Mientras ayunaban y participaban en el culto al Señor, el Espíritu Santo dijo: «Apártenme a Bernabé y a Saulo para el trabajo al que los he llamado». Así que después de ayunar, orar e imponerles las manos, los despidieron». Hechos 13.1-3.

Antioquía tenía que ver con ser una puerta abierta para la evangelización del mundo. Nosotros como iberoamericanos somos desafiados a seguir este modelo. Saber escuchar la voz del Espíritu Santo trabajando en equipo, en la relación personal con el Señor, unos con otros, en oración, adoración, escuchar su palabra y extendernos a todas partes.

La iglesia de Antioquia nos muestra un ministerio compartido y no individual. Tenía rostro ese liderazgo y había cinco líderes destacados que trabajaban como un equipo. Era un liderazgo internacional e intercultural. Venían de diferentes regiones: Bernabé de Chipre, Manaén venía de los círculos gubernamentales de Jerusalén, Saulo de Tarso, Lucio de Cirene de extracción árabe proveniente del Norte de África y Simeón apodado el Negro de la cuenca del Nilo en África oriental.

Formaban un liderazgo espiritual con diferentes trasfondos. Encarnaban un compañerismo que estaban tratando de inculcar a la congregación. Eran siervos líderes. Celebraban juntos el culto al Señor. Su diversidad enriquecía el liderazgo de todos y a la iglesia misma.

Es clave la oración, el ayuno y la relación unos con otros. La iglesia nació en una reunión de oración (Hechos 1:14 y 2:4). Sucedieron grandes cosas cuando estuvieron orando juntos en Jerusalén. El texto en Hechos 4:31 dice que “Después de haber orado, tembló el lugar en que estaban reunidos, todos fueron llenos del Espíritu Santo, y proclamaban la palabra de Dios sin temor alguno”. Ante la adversidad hubo oración y visión de proclamar la palabra sin temor alguno (Hechos 4:29-30).

La iglesia que vive en misión es una iglesia que se reconoce como enviada al mundo. Es una iglesia que busca el propósito de Dios, participando activamente en el culto al Señor como paso en la iglesia de Antioquia. Llamados a vivir una fe trinitaria, una fe relacional; una vida de relación con Dios y con nuestro prójimo; una relación de comunión unos con otros donde se da prioridad al ser antes que el hacer. Si queremos que la gente venga al conocimiento de Jesucristo la iglesia en nuestros días debe avanzar en la unidad, el amor y el servicio.

En la iglesia de Antioquia había disposición para escuchar y apartad para la obra del ministerio lo que el Espíritu Santo indicaba. Como siervos, entendemos que cuando nos involucramos en la misión, estamos compartiendo la misión del Dios misionero y no estamos trabajando en ningún proyecto personal. Estamos al servicio de la Missio Dei. Y nuestra misión es compartir la suya. Escuchamos, descubrimos y obedecemos la voz del Señor enviando a sus siervos al trabajo al que los ha llamado. Es el modelo a seguir.

Oportunidades y obstáculos

Podemos tener serios problemas si queremos apartad a hermanos para la obra del ministerio sin ayunar, orar, relacionarnos y escuchar su palabra. De la misma manera tendremos dificultades cuando no obedecemos la voz del Señor en reconocer y respaldar a los que Dios esta eligiendo para el trabajo al que los ha llamado.

Pero, ¿Cómo escucharon la voz del Espíritu Santo? Se nos dice que había entre ellos profetas y maestros. Diferentes énfasis teológicos. Quizás un profeta o varios de ellos en combinación con los maestros trajo el sentir del Espíritu de Dios y el Espíritu Santo puso convicción en el corazón de ellos o bien escucharon de manera audible su voz.

El Espíritu Santo les manifestó su propósito. Les enseño los primeros pasos pero no les revelo todo el plan. Debían avanzar por fe y depender del espíritu de Dios. La clave era reconocer el trabajo que el Señor dispone sin entenderlo todo.

“Bernabé y Saulo, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia, y allí navegaron a Chipre” (Hechos 13:4). La guía del Espíritu se manifestaría por el discernimiento, la sabiduría espiritual y las circunstancias o acontecimientos. Pablo en su oración por la iglesia de Colosas expresa “Pedimos que Dios les haga conocer plenamente su voluntad con toda sabiduría y comprensión espiritual, para que vivamos de manera digna del Señor, agradándole en todo. Esto implica dar fruto en toda buena obra, crecer en el conocimiento de Dios y ser fortalecidos en todo sentido con su glorioso poder” Colosenses 1:9-11.

La vida espiritual es el reflejo de aquella vida que esta en sujeción a la palabra de Dios, adoración, oración, comunión con los hermanos y evidencia el fruto, guía o manifestación del Espíritu Santo. Esto permite encontrar las oportunidades o puertas que Dios abre o cierra ante nosotros. Algunos esperan que las oportunidades lleguen y las cosas ocurran, otros fuerzan las puertas o toman actitudes para que ocurran determinados acontecimientos. La vida guiada bajo la influencia del Espíritu Santo busca las puertas abiertas y oportunidades que Dios esta presentando ante nosotros (2 Corintios 2:12). Es el Espíritu Santo que abre puertas y buscar lo que el Espíritu Santo manifiesta es encontrarnos con el propósito de Dios (Apocalipsis 3:8). Entre los temas importantes de la vida es clave recordar la prioridad sobre lo que Dios espera de nosotros: “¡Ya se te ha declarado lo que es bueno! Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor: Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios” Miqueas 6:8.

Cuando llegamos al capítulo dieciséis, versículos seis al diez del libro de los Hechos de los apóstoles, nos dice como el Espíritu Santo le prohibió al equipo apostólico predicar la palabra en la provincia de Asia. Luego, cuando llegaron cerca de Misia, intentaron pasar a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió. Fue recién cuando bajaron a Troas durante una noche que Pablo tuvo una visión donde se le indicaba que debían comenzar la misión en Europa. Después que Pablo tuvo la visión llegaron a la conclusión y convencimiento que Dios les había llamado a anunciar el evangelio a los macedonios. “El corazón del hombre traza su rumbo, pero sus pasos los dirige el Señor” Proverbios 16:9.

La oración, la palabra de Dios, la relación unos con otros y los acontecimientos que Dios permite son claves para discernir y tener sabiduría en el conocimiento de su voluntad. No alcanza solamente saber que la voluntad de Dios es que su pueblo sea luz a las naciones. Tenemos que tener comprensión espiritual y sabiduría en como debemos proyectar, canalizar y evidenciar este servicio al Señor.

En todo este trabajo espiritual la iglesia local es la base y es clave. La misión debe afirmarse desde la iglesia local. El trabajo misionero es el trabajo del Espíritu de Dios y la iglesia trabajando juntos. Entonces, ¿cómo llegar a tener cierta confiabilidad para poder avanzar? En primer lugar hay una revelación o evidencia interna (lo que Dios me esta indicando). Esto mismo le paso a Saulo (Hechos 9:15, 13:47, 22:21, 26:14-18, Gálatas 1:15-16). Seguidamente suelen surgir evidencias externas como ser hermanos maduros que nos ayudan a discernir espiritualmente (Proverbios 11:14, Hechos 13:1-3, Gálatas 2:7,9), y también los acontecimientos o circunstancias que nos orienta a los nuevos pasos y oportunidades que tenemos (Hechos 16:6-10, 2 Corintios 2:12, Hechos 14:27, Colosenses 4:2-4). En el libro de Apocalipsis se habla de la iglesia de Filadelfia a la cual Jesucristo le presenta una puerta abierta y oportunidad. Esto nos recuerda y afirma que Dios es quien coloca las oportunidades. Es una puerta abierta que nadie puede cerrar.

Hay algunas cosas más que debemos tener en cuenta para saber buscar y entender cuales son las oportunidades que Dios presenta. Toda oportunidad debe estar alineada con los valores y principios de la palabra de Dios. Estos son los valores cristianos. Si Dios abre las puertas no habrá conflictos de valores. Por otro lado, quizás, no tendremos una total garantía sobre el paso que debemos dar. La fe y la guía del Espíritu Santo no significan que siempre estamos un ciento por ciento seguros. Dios nos ha dado la mente de Cristo y confía en nosotros que podamos discernir correctamente. Nuestra oración es que el Señor nos ayude a tener comprensión espiritual, ver cuales son las puertas abiertas que nos presenta y luego tener fe para atravesar las mismas.

En la comprensión espiritual debemos discernir y tener sabiduría para distinguir cuando Dios no permite que avancemos o bien si el impedimento es un ataque de Satanás. Como ejemplo tenemos lo que le ocurrió al equipo apostólico según lo registra 1 Tesalonicenses 2:17-18. El consejo de la Palabra de Dios es “Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie” Santiago 1:5 y 3:17-18 (1 Corintios 2:14-16). Somos llamados a ser creyentes maduros teniendo capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, ejercitando la facultad de percepción espiritual (Hebreos 4:12, 5:11-14).

La palabra discernir en el nuevo testamento tiene que ver con cortar. Es por lo general lo que hace o debería hacer un cirujano. Separar la parte enferma de la sana. Cortar en el lugar exacto. El discernimiento es un don y habilidad espiritual que podemos desarrollar. Decidir entre lo verdadero y falso. Es buen juicio teniendo una mirada clara y profunda. Vale aquí una aclaración y es que no tenemos que juzgarnos unos a otros (Romanos 14:10-14). Un objeto filoso si no lo usamos bien puede causar mucho daño. Hay una diferencia importante en tener un buen criterio y juzgar a otros. En nuestro corazón y mente ocurren las tentaciones, se forman las opiniones, motivaciones, salen las virtudes, pero también esta la raíz de nuestro pecado. Hebreos 4:12 nos señala que la palabra de Dios es mas cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón. No somos nosotros los que discernimos. Es la Palabra de Dios. Nosotros necesitamos tener buen criterio estudiando, comprendiendo y aplicando la palabra en nuestras vidas. El tipo de criterio que adoptamos se forma por estudiar la palabra de Dios y la iluminación del Espíritu Santo para entenderla y practicarla. Necesitamos discernir con delicadeza, exactitud y bien fino los temas relevantes de la sociedad local-global y extendernos hacia la gente mas olvidada de la ciudad, la nación y el mundo.

Indudablemente necesitamos de la comunión íntima con el Señor y el consejo de los hermanos espirituales que nos conocen. En todo este proceso por lo general somos probados y se espera que aprobemos. El pastor Juan Masalyka de Argentina comparte que debemos: 1- Oírle a Dios (Génesis 22:1). Debemos atender lo que Dios nos quiere decir. No hay peor sordo que el que no quiere oír y Dios nos dice “Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón”. 2- Creerle a Dios. Las circunstancias que Dios permitió en la vida de Abraham fueron muy difíciles. Él fue puesto a prueba y creyó (Hebreos 11:17, Génesis 22:18). El que le cree a Dios no será avergonzado. 3-Trabajar según los planes de Dios. Esto implica oración y trabajo duro. Sin trabajo no hay logros.

Cuando estamos unidos a la misión de Dios debemos ser generosos en saber dejar ir y respaldar a quienes Dios ha llamado. Implica dar, abrir nuestras manos viviendo el amor que es responsabilidad, compromiso y servicio.

La iglesia de Antioquia mostró sensibilidad al escuchar y obedecer al Espíritu Santo. Se transformó en una puerta abierta de bendición a todas las naciones para que el evangelio este disponible a toda persona. Se espera que hagamos lo mismo. Dios nos desafía a dar pasos de fe. Salir del orden natural para vivir en lo sobrenatural. Dios quiere iglesias fuertes y pastores con visión.

La misión de todo el pueblo de Dios

Cada cristiano es llamado a participar y a ejercer el sacerdocio universal de los creyentes. La misión tiene lugar por doquiera. Impulsados por la fe, los cristianos cruzan la frontera entre los que creen y los que no creen, y del otro lado de esa frontera dan testimonio de su fe. Dado que Dios es un Dios misionero el pueblo de Dios es un pueblo misionero. El Espíritu ha sido derramado sobre todo el pueblo de Dios, no sólo sobre unas personas seleccionadas. La comunidad de fe es la portadora primaria de la misión. .

La misión no procede primordialmente de alguna sociedad misionera u agencia, movimiento, organización o institución, sino de una comunidad de fe reunida alrededor de la Palabra y los sacramentos que se reconoce como enviada al mundo donde todos están involucrados directamente. Es un deber que alcanza a la totalidad de la Iglesia.

Moltmann en su tesis sobre la teología del futuro dice: «Se dirigirá no únicamente hacia el servicio divino en la Iglesia, sino también hacia el servicio divino en la vida cotidiana del mundo». Este servicio se ofrece en la forma de la vida común y corriente de la comunidad cristiana «en tiendas, aldeas, granjas, ciudades, aulas, hogares, oficinas legales, consultorios, en la política, el gobierno y la recreación»La iglesia esta juntamente con los demás seres humanos, sujetos a las condiciones sociales, económicas y políticas de este mundo. En esta perspectiva, Karl Barth (citado por David Bosch) comenta: la Iglesia es «el pueblo de Dios en medio de los acontecimientos mundiales» y la «comunidad para el mundo»

Hoy, como iglesia, nos enfrentamos a desafíos profundos como el que todavía hay 4 mil millones de personas que no conocen al Señor. La iglesia en Iberoamérica debe asumir plenamente y sin tardanza su responsabilidad en la evangelización mundial. Es el imperativo general. Porque hay millones de personas que no han tenido todavía el derecho humano de recibir el evangelio.

CLADE III señala: «Toda la iglesia es responsable de la evangelización de todos los pueblos, razas y lenguas. Una fe que se considera universal, pero que no es misionera, se transforma en retórica sin autoridad y se hace estéril. La afirmación de que toda la iglesia es misionera se basa en el sacerdocio universal de los creyentes. Es para el cumplimiento de esta misión que Jesucristo ha dotado a su iglesia de dones y del poder del Espíritu Santo».

Este cumplimiento demanda el cruce de fronteras culturales, políticas, sociales, lingüísticas, geográficas y espirituales hasta aceptar todas sus con­secuencias. Estamos hablando de un mensaje integral de salvación y esta dirigido a todo ser humano considerando la totalidad de su persona. «Hemos sido enviados al mundo para amar, servir, predicar, enseñar, sanar y liberar»y «Cada persona tiene derecho a oír las Buenas Nuevas». Dios «no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 P 3:9). La misión es universal e integral.

La declaración de la consulta de la WEF (Alianza Evangeliza Mundial, WEA) en Wheaton‘83, sobre la misión y naturaleza de la iglesia afirmo: «El mal no sólo se encuentra en el corazón humano sino también en las estructuras sociales… La misión de la Iglesia incluye tanto la proclamación del evangelio como su demostración. Debemos entonces evangelizar, responder a las necesidades humanas inmediatas y presionar por la transformación social »

-La Palabra hecha carne

La encarnación es el modelo para la misión de la Iglesia (S. Juan 20:21). La misión se hace en palabra y obra. «La palabra no puede nunca, por tanto, divorciarse de la acción, del ejemplo, de la «presencia cristiana», del testimonio de vida. La «Palabra hecha carne» constituye el evangelio. La acción sin palabra es muda; la palabra sin acción es vacía».

Hablando del discipulado John Stott dice: «incluirá un llamado a colaborar con el Señor en el trabajo del Reino. Dirigirá su atención a las aspiraciones de hombres y mujeres comunes y corrientes en la sociedad, sus sueños de justicia, seguridad, estómagos llenos, dignidad humana y oportunidades para sus hijos». Dios llama a las personas a la misión y en eso consiste la evangelización. Es un llamado al servicio donde «ganar personas para Jesús es ganar su lealtad para las prioridades de Dios».

En la Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias celebrado en Uppsala (CMI-1968), Visser’t Hooft compartió:

«Un cristianismo que ha perdido su dimensión vertical ha perdido su sal y no sólo se ha vuelto insípido en sí, sino inútil al mundo. Pero un cristianismo que hace uso de la preocupación vertical como un medio para eludir su responsabilidad para (y en) la vida en común del hombre es una negación de la encarnación »

La Iglesia debe estar en el mundo pero siendo distinta del mundo. Las estructuras de la iglesia no deben obstaculizar el servicio relevante al mundo separando al creyente de la sociedad. Debemos encontrar un equilibrio entre el “Pueblo de la Iglesia” y la “Iglesia del Pueblo”. El trabajo en la Iglesia como la acción a favor de la justicia, la misericordia y la verdad deben ir juntas. Nuestras estructuras se pueden transformar en heréticas si vamos solo hacia un lado o solo hacia el otro. La iglesia no es un fin en si mismo; existe a favor de los demás pero a su vez no podemos abarcar toda la agenda del mundo.

«La Iglesia se reúne para alabar a Dios, para disfrutar de la comunión mutua y recibir sustento espiritual, y sale para servir a Dios dondequiera que estén sus miembros. Está llamada a mantener en «tensión redentora» su doble orientación». Nunca vamos a introducir totalmente el Reino de Dios en la tierra hasta que el Señor venga; pero somos llamados a mostrar la evidencia de este Reino como comunidad y anticipo del mismo que afecta la totalidad de la vida. «La palabra final de la Iglesia no es la ‘Iglesia’ sino la gloria del Padre y el Hijo en el Espíritu de libertad» (Moltmann citado por Bosch). Se espera que la iglesia sea creíble como anticipo del Reino y comunidad de reconciliación, paz y vida nueva.

En el Nuevo Testamento encontramos que muchos dones fueron otorgados a individuos para beneficio de todos. El don del sacerdocio nunca se menciona; en su lugar nos encontramos con el texto de 1 P. 2:9 que dice que somos «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable».

Dios confió el don del sacerdocio a todo el pueblo de Dios; por la cual podemos decir que «Por medio de él, y en honor a su nombre, recibimos el don apostólico para persuadir a todas las naciones que obedezcan a la fe» (Ro. 1:5). En este marco la iglesia es para todos y con todos. Cada creyente sea ministro, laico, misionero es proyectado al trabajo de solidaridad con todo el Cuerpo de Cristo y el mundo. La clave es reconocer que la tarea le pertenece a la iglesia toda y actuar en consecuencia.

La vida en misión es un privilegio.

Dimensiones del desafio

Los desafíos también incluyen las grandes ciudades multiculturales; la evangelización del occidente; el testificar la singularidad de Jesucristo en el mundo de la pluralidad religiosa y entre las etnias no alcanzadas donde estas se encuentren (ya sea en las grandes ciudades o en países de acceso restringido); la lingüística y traducción de la Biblia a toda lengua, la contextualización; el ser agentes de reconciliación en un mundo de violencia, opresión, pobreza, injusticia, de gente desplazada, de refugiados, de inmigrantes, en medio de la persecución religiosa y del profundo nivel de su sufrimiento.

Debemos asumir nuestro papel en cuestiones de medio ambiente y de toda la creación de Dios. Una participación responsable y efectiva en la sociedad local-global en aspectos sociales, políticos y económicos.

Necesitamos tener una real comprensión de la unidad del pueblo de Dios, una mayor participación en el movimiento misionero mundial, haciéndonos partícipes de la iglesia universal, compartiendo los desafíos globales en una acción integral del evangelio; una sincera búsqueda de modelos cooperativos; y entender a las misiones como un proceso que involucra a toda la iglesia. Nosotros como Iberoamericanos creemos en el poder sobrenatural de Dios que cambia vidas y naciones. Nos sujetamos al impulso de su Espíritu como lo hicieron los apóstoles confiando en que Dios endereza nuestros caminos.

También debemos repensar a la iglesia en función de la realidad contextual que se vive en cada región y en un mundo cada vez mas globalizado. «Repensar la iglesia debe ser una dinámica abierta. No lo podemos hacer con legalismos ni respuestas cerradas. No es tarea de unos “iluminados”, sino del cuerpo. Permítanme solo mencionar tres ejes que considero indispensables en esta tarea:

1- El amor. Entendiendo esto como poner al “otro” como centro de nuestra acción. Lo que hagamos debe ser pensado no en función de nuestro beneficio sino con la intención de servicio y la actitud de entrega. No nos servimos a nosotros mismos. Es tiempo de repensar una iglesia sierva.

2- Los valores del Reino. Debemos ejercitarnos en no confundir nuestros propios valores culturales o personales con los valores supremos del reino de Dios. ¿Cómo discernir entre ellos?

3- Ser testigos. La misión que tenemos es ser testigos. Esto no es hablar acerca de, sino vivir de acuerdo a. Debemos profundizar el discipulado de tal manera de encarnar aquello de lo cual queremos dar testimonio. El mayor escándalo de la iglesia es la contradicción entre lo que dice y lo que hace. Debemos llegar al punto en que la gente simplemente diga: “yo quiero vivir como ustedes.

Sabemos que solos no podemos. Por eso en la promesa del Espíritu Santo se nos asegura que nos daría poder para ser testigos. Poder para el servicio y poder para una vida ejemplar»

  • La movilización misionera
  • Unidad y cooperación
  • Participar ayudando a otros por medio de la cooperación

Nos preguntamos: ¿cómo ser guiados por el Espíritu Santo y construir mejor el puente misionero de cooperación?

En principio, la respuesta que tenemos es que debemos relacionarnos. El problema surge cuando despreciamos la relación de unos con los otros. Debemos tener unanimidad con los planes del Padre (Lucas 6.27-31). Esta unanimidad con Él nos habla de un mismo sentir y parecer (Filipenses 2.1-11). Nos habla de perdonarnos, de humillarnos, de entender y comprender nuestras diferentes culturas y ayudarnos mutuamente. No hay nadie superior, ni nadie inferior. Significa también que debemos construir mejor nuestro puente de comunicación. Una relación cara a cara. Esta relación mata al correo electrónico. Nuestro problema es que muchas veces despreciamos la relación cara a cara y decimos: ¿Para qué voy a ir a verlo? ¿Para qué voy a perder el tiempo? Como siervos, nuestra presencia, nuestro compromiso, nuestra flexibilidad y cooperación son indispensables. Junto a esto, debemos enriquecer el diálogo entre todo el cuerpo de Cristo: la iglesia global. No hay Norte o Sur, Este u Oeste, lo que hay es «un solo cuerpo». Cuando servimos en medio de la cooperación podemos decir como el apóstol dijo de Epafrodito: «Es una ofrenda fragante, un sacrificio que Dios acepta con agrado» (Filipenses 4.18).

El hecho de que podamos decidir juntos hacer la misión será una señal de la derrota de Satanás y la evidencia de la unidad y de la cooperación global. El hecho de que lo hagamos juntos con nuestras diferencias de culturas, de riqueza, de trasfondo; requerirá la ayuda del Espíritu Santo y una disponibilidad de sacrificar lo nuestro para el bien de su misión. Somos de diferentes países desafiados a ser ciudadanos del cielo (Filipenses 3.20) y se nos recuerda que tenemos un futuro en común y una misma identidad.

¿Cuál es nuestro llamado y cuál es nuestra pasión?

El problema que tenemos muchas veces es que perdimos la pasión por participar, por cooperar, por el amor y la unidad. Lamentablemente, otras veces, participamos sin pasión, sin amor, sin cooperación, no vislumbramos con claridad la obra a la que Dios nos está llamando.

Debemos anhelar y desear que la iglesia de Jesucristo sea plantada en todas las etnias como comunidad y expresión del reino de Dios pero a su vez tener claro que la iglesia es el agente de la misión no su meta. La Iglesia es la que comparte el mensaje de salvación y es comunidad del Reino que representa el compromiso de Dios con el mundo. La iglesia no existe para si misma sino para servir a la humanidad y como comunidad participa en la misión local y global (glocal). Anuncia la inauguración del reino de Dios en la persona de Jesucristo. La iglesia es misionera por su naturaleza, dimensión e intención

El consejo del apóstol es que debemos comportarnos de una manera digna del evangelio de Cristo (Filipenses 1.27, Tito 3.8). Esto implica:

  1. Estar firmes en el propósito por el cual fuimos llamados. (Filipenses1:27)
  2. Trabajar en unidad. (Filipenses 1.27)
  3. Hacerlo sin temor a la adversidad. (Filipenses 1.28)

¿Cómo está tu pasión, cómo está tu fe?

Sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos 11.6). Andamos por fe y no por vista (2 Corintios 5.7). Satanás nos quiere engañar, nos dice que habrá necesidades, dificultades, agujeros, pero el Señor dice: «haz lo que yo te indique y yo te voy a cuidar». No debemos servir a Dios pensando en nosotros mismos, debemos trabajar para Dios confiando en sus recursos (Filipenses 4.19). Él quiere hacer algo con lo poco que tenemos en nuestra mano, como se explica en Mateo 14.17-20. Las señales siguen a los que creen y no al revés (Marcos 16.20). Avancemos en fe y Dios se hará presente porque Él es fiel y suya es la misión.

La presente condición del mundo está marcada por el sufrimiento (Romanos 8.18-20). Nosotros ahora estamos siendo llamados a participar de sus padecimientos (Filipenses 1.29, Filipenses 3.10, Colosenses 1.24, 1Pedro 4.13, 16). Conocerlo es participar de esto. Nuestra vida siempre es un final abierto y lleno de sorpresas. Nunca terminamos de saber lo que viene después, más aun cuando sabemos que Dios tiene un buen sentido del humor. Es entonces cuando estamos dispuestos a dejar lo que tanto nos costó conseguir para partir a otro sitio, y recomenzar una nueva tarea o continuarla en obediencia al Señor. Este es el costo. ¿Es difícil estar en el centro de la voluntad de Dios? Esta debe ser nuestra pasión. «Hermanos, no piensen que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús». (Filipenses 3.13-14).

Como iglesia, tomemos parte en la misión de Dios en el mundo anunciando que: «El tiempo ha llegado, el reino de Dios está cerca, arrepiéntanse y crean en el evangelio» (Marcos 1.15, Mateo 4:17). «Vengan, síganme –les dijo Jesús- y los haré pescadores de hombres» (Mateo 4:19) Llevemos todo el evangelio a todo el mundo hasta que el Señor vuelva. Que este sea nuestro entendimiento de la misión, con la participación de la iglesia guiada por el Espíritu Santo hacia el reino de Dios.